jueves, 20 de enero de 2011

La Doncella del Silencio: Tras el Velo

En un lugar más allá de la imaginación, donde se entrelazan los más profundos temores del universo, cada amanecer nacía una doncella de negros cabellos y pálida tez. Ella buscaba desesperadamente a alguien a quien contar sus experiencias, pues el mundo que habitaba estaba cubierto por un fino y delgado velo grisáceo, que si bien la protegía de los horrores externos, también la mantenía alejada de esa relativa realidad que no conocía. Eso hacía que se sintiera sola, vacía, pues tenía mucho que ofrecer, pero nadie a quien otorgarlo.

Cierta vez, el velo cayó inexplicablemente, como si una imparable fuerza halara uno de sus extremos, dejándola al descubierto. Así, la doncella conoció la tristeza, el dolor,  la ira y el resentimiento del exterior, pero también conoció la ayuda, la unión y la alegría que significa compartir con otros seres semejantes.

Muchas veces se sintió desplazada, terriblemente sola y triste, aún estando rodeada por cálidos brazos que le susurraban palabras dulces. Sin embargo, prefería aguantarlo a volver a ese absoluto silencio que suponía esconderse tras el velo. Poco a poco esas emociones fueron aumentando, y la doncella lloraba, pues no sabía cómo solucionarlo. La idea de volver a buscar su velo se hizo profundamente tentadora. Al poco tiempo, no pudo soportar más. Tomó su velo, escondido en un rincón del exterior y se dispuso a colocarlo a su alrededor, cuando un brillo absoluto comenzó a iluminar todo a su paso. Y se acercaba a ella.
Agradecimientos a Chü por esta bella fotografía..

Tuvo miedo, tanto, que no puedo terminar de colocar el velo, mirando la fuente de aquella luz, intentando descubrir su origen. Cuando estuvo a unos pocos pasos de ella, lo vio. Era un ser muy parecido a ella, que sonreía y extendía su mano, invitándola a salir. Era imposible no devolverle la sonrisa y seguirlo. Emanaba ese tan anhelado amor que ella buscaba.

Así, él le enseñó a la doncella cómo brillar, cómo mantenerse firme ante las adversidades, y el velo pasó a ser un rasgo del olvido que no volvió a usar jamás. Juntos, mantuvieron aquel exterior iluminado, avivándose mutuamente el brillo para no dejar nunca que la luz se extinguiese.

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